jueves, 19 de mayo de 2011

ESCRITO LOURDES

Mañana vamos a decidir qué arquitectos van a defender nuestros intereses los próximos tres años.
Esta decisión puede pareceros irrelevante y os preguntareis porqué a nosotros no nos lo parece. Os preguntareis a qué viene meter tanta energía en esto.
Lo explico.
Nuestro trabajo conlleva una gran responsabilidad y se realiza siempre junto a agentes que ostentan un mayor poder. Poder económico, político... Poder.
Un arquitecto en solitario no puede defender sus intereses, que no pueden ni deben ser otros que los de defender la presencia de nuestro conocimiento.
El Colegio de Arquitectos es una Institución creada para defender esta presencia.
Cuando empecé a trabajar, el Colegio me servía. No sabía quien era el Decano, ni quién el Presidente. Tras un atropello (de los que todos hemos sufrido) el asesor jurídico me defendía y mandaba una carta tras otra, a instancias de una Institución seria, consiguiendo que no se vulnerasen mis derechos profesionales, económicos e intelectuales.
Tampoco sabía quién era el Decano, ni el Presidente, cuando al tener que abandonar una obra otro arquitecto me llamaba por teléfono, para saber qué había pasado, qué pasaba con ese promotor. Todos sabíamos, incluido el promotor, que antes de que un arquitecto diera la venia no era posible sustituirlo. Esto garantizaba no sólo el cobro de los trabajos, sino la necesaria y permanente presencia de nuestros conocimientos. La comunicación entre nosotros.
No sabía tampoco quien era el Decano cuando un arquitecto amigo se encontró un proyecto suyo, con otra carátula y otra firma, en una Administración. El Colegio, a través de la Comisión Deontológica, suspendió al  Arquitecto “copión” del ejercicio de la profesión durante  al menos 6 meses. Mi amigo, seguramente tampoco se acuerda de quién era el Presidente. No hacía falta, porque el Colegio cumplía su función. Funcionaba.
Lo que sí recuerdo con precisión es quiénes estaban a cargo del Colegio cuando, ante nuestro asombro, “el Colegio” empezó a dar la venia por su cuenta. Los arquitectos que asumían y asumen una  obra sin que el anterior dé la venia no son sancionados, sino aplaudidos, porque se supone que lo único que te hace listo es tener un proyecto más. La selva.
Una selva en la que inevitablemente están no sólo los arquitectos y con ellos la arquitectura, sino todos los demás agentes. Una selva en la que no podemos más que perder y perder siempre.
Esta selva, unida al más absoluto servilismo que en mi opinión y en la de muchos promueven quienes nos representan, dificulta enormemente el ejercicio responsable de la profesión.
La falta de iniciativa y de interés de esta Junta es proverbial. El discurso plañidero de que no hay trabajo y de que somos muchos es repetido una y otra vez por estos  cargos.
Lo que hay que hacer es, teniendo en cuenta que somos muchos y que hay menos trabajo, convertir al Colegio en la plataforma desde la que se busquen y encuentren soluciones. Las hay y muchas.  Hay que salir de ésta. Y volver a olvidarse de quien es el presidente, porque eso debería tener poca importancia. Cada vez uno, así de fácil.

Lourdes García Sogo

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